Origen de la Denominación de Origen
En un blog donde predomina el producto de calidad y genuino, creo oportuno explicar qué significa y también contar el origen de la Denominación de Origen (D. O.), valga la repetición. Aunque parezca algo así como “los derechos de autor” de los productos y objetos, o una firma más o menos “chovinista” de los artículos que adquirimos, nada más lejos, pues se trata de un certificado que compromete a cada unidad a no disminuir su grado de sabor, aroma y textura, en el caso de alimentos y bebidas, o calidad de las manufacturas en los casos de los objetos elaborados.
La Denominación de Origen no es simplemente una etiqueta pegada que certifica la procedencia y elaboración del producto dado. Tras ella existe un Consejo Regulador que se encarga del cumplimiento efectivo de las mismas, así que actúa tanto como regulador, como para decidir sobre las nuevas solicitudes y adscripciones.
El origen de la D. O. es tan antiguo como lo son las míticas rutas comerciales de los fenicios por el mar Mediterráneo o la Ruta de la Seda por tierra. Hay numerosos ejemplos en el libro más antiguo, la Biblia, donde se defiende la calidad del cedro libanés, el vino de Canaan, el papiro del Nilo, etc. Sería en tiempos de la Antigua Roma, sobre todo cuando constituye su fabuloso imperio, cuando Europa, Asia y África conocen a través de las marcas certificadas, el origen de los productos comercializados, dando a cada ánfora o artículo su valor dependiendo de la zona de procedencia y productor. Hace dos mil años ese macro mercado daría a conocer los vinos, aceites, quesos y salazones, estableciendo unos precios determinados, siempre otorgándole mayor incremento a los más famosos y de calidad.
En tiempos más modernos saltamos hasta la era de los intercambios comerciales transoceánicos. Ya en 1564 encontramos un apunte sobre las delimitaciones territoriales que establecían el lugar de crianza de la uva para la producción del vino de Rivadavia en el Archivo Regional de Galicia. Pero eso no es más que un ejemplo, pues cada manufactura de producción típica, tanto si se dirigía desde un lado o del otro del mar Océano, se acompañaba por una “garantía”. Así fueron apareciendo productos que con el tiempo se han convertido casi en míticos, como los mantones de Manila, los puros habanos, el ron de Venezuela, Cuba o Costa Rica, etc. Pasaban en dirección opuesta, los productos más cotizados de Europa, como el vino, vestidos y calzado, etc.
En este sentido se pueden utilizar los asientos del Archivo de Indias como un valioso informe sobre los productos más demandados u ofrecidos entre americanos y europeos, aunque la vigilancia no dependía directamente de este grandioso Organismo y se daban muchos ejemplos de fraudes (dar gato por liebre). Pero hoy en día se siguen falsificando muchos productos, a pesar de estar bien regulado. Es una cuestión perenne lo de la picaresca. Una forma de defender el producto local como único y relegando a meras imitaciones las elaboradas en otros lugares, fue creando el Organismo Regulador de la Denominación de Origen. Se tiene como primer producto que aparece con los certificados reconocibles y que se rigen por las directrices actuales, al queso de Roquefort francés en el año 1666, decretado por el entonces Parlamento ubicado en Toulouse, como un queso “que sólo los habitantes de esa región tienen la exclusividad del curado del producto”. A partir de esa fecha se sientan las bases de la Indicación Geográfica Protegida.
En época más reciente, la primera Denominación de Origen, tal y como la conocemos ahora, nació con el interés de proteger la calidad del vino de Oporto en 1756. En esta época en España se comenzaría a exigir como norma el origen de los productos. Cada país reconocía áreas y producciones susceptibles de regulación y protección, pero no sería hasta 1883, con reuniones previas a dicho convenio establecido en París, cuando las naciones se pusieron de acuerdo para una regulación de carácter internacional. Nacía así la Protección de la Producción Industrial. De esa primera reunión nacerían las primeras “marcas de origen”. En España sería el vino de Rioja, en 1925, el primero en inscribir su nombre como marca de origen, pero oficialmente no poseía la D. O. por no existir un Consejo Regulador que velase por los intereses de las marcas. En cambio el vino de Jerez ya tiene todas las acreditaciones posibles desde 1935, dado que se aprueba en España, dos años antes, el Estatuto del Vino. Así que cuando vemos en un producto la etiqueta con Denominación de Origen, no se trata de un mero formulismo ni capricho pagado, es toda una tradición que puede resultar hasta milenaria y que garantiza la permanente propiedad y característica del mismo, sea alimenticio o artesanal. En España existen unas 69 Denominaciones de Origen. Una de las últimas en inscribirse ha sido la paella valenciana.
[gallery ids=»3060,3061,3062,3063,3064,3065,3066,3067,3068,3069,3070,3071,3072,3073,3074″]
Toni Ferrando.