Diamantes para la eternidad
Continuando con el tema de los diamantes, he hecho un pequeño rastreo sobre los diamantes más espectaculares, perfectos y valiosos del mundo. La mayoría de ellos han sido y continúan siendo objetos de deseo de todo el que pueda pagarlo y de algunos que, aunque no puedan hacerlo, no dudarían en intentar conseguirlos si los tuvieran a tiro. Tienen historias alucinantes; han pasado por manos de reyes y reinas, han sido robados, perdidos, encontrados, retallados… una vida de aventura de la que ninguna de estas preciosísimas piedras -con nombre y apellido- se libra.
El diamante Cullinam, también conocido como Estrella del Sur o Estrella de África es uno de los más literarios; procedente de una mina sudafricana próxima a Pretoria en 1905; toma su nombre del propietario de la mina donde se extrajo, Sir Thomas Cullinan, quien se la regaló al entonces rey de Inglaterra Eduardo VII por su cumpleaños. Fue el rey Edward quien ordenó su talla: en bruto pesaba 600 gramos, más de 3000 quilates. El maestro encargado de su talla fue Joseph Asscher, responsable de crear la gema, propiedad de la Corona de Inglaterra. El Cullinam se encuentra engastado en el Cetro de la Cruz, pero además de este pedrusco, del diamante en bruto original se tallaron otras 149 piedras. El segundo Cullinan en tamaño adorna la Corona Real y el resto se incorporaron en broches y otras joyas que forman parte del Tesoro de la Corona que se puede ver en el Museo de la Torre de Londres.
El Cullinan es el mayor diamante en bruto jamás encontrado, aunque como diamante tallado, la Estrella del Sur fue desplazada por el impresionante porte del Diamante Golden Jubilee de un intenso color ocre, que es actualmente el diamante tallado más grande del mundo. Fue descubierto en 1985 en la mina Premier en Sudáfrica perteneciente a De Beers y en un principio fue un campo de pruebas para que el maestro Gabriel Tolkowsky probara nuevos materiales de corte; en bruto tenía un intenso color marrón y durante décadas se le conoció como el «Unnamed Brown» (el Marrón sin nombre). El diamante sin nombre fue llevado a Tailandia por Thai Diamond Manufacturers Association para ser exhibida en Thai Board of Investment Exhibition in Laem Chabang y fue seleccionado para anunciar las celebraciones del centenario de De Beer en 1988. En 1995 un grupo empresarial tailandés se lo compró a De Beer y se llevó en jubileo para ser bendecido por las cabezas religiosas más importantes del mundo, el entonces Papa Juan Pablo II, el Supremo Patriarca Budista y el Supremo Imam en Tailandia, por lo que fue nombrado por el rey Bhumibol Adulyadej como Golden Jubilee. En principio iba a ser engarzado en el cetro real, pero luego se dispuso que se engastara en un sello.
El Koh-i-Noor es un diamante indio con una historia tan exótica como su origen: perteneció al rajá Malwa en 1304 y robado por sultán Babor dos siglos más tarde. Se dice que por poseerlo, el Sha Nadir de Persia conquistó Delhi en 1730. Perteneció a la compañía West India, que se lo regaló a la reina Victoria de Inglaterra, quien lo retalló perdiendo quilates pero dotándolo de gran brillo y una forma oval característica. En sus testamento puso la cláusula que nunca debería pasar al reinante si este era un hombre, pues su leyenda dice que cualquier hombre que posea el Koh-i-Noor será rico pero desgraciado.
Algunas piedras tienen valor, además de por su peso características, etc… y además por su rareza, es el caso del diamante Espíritu de Grisogono, el diamante negro más grande del mundo, que pesana 587 quilates en bruto y una vez tallado puede presumir de sus más de 312 quilates. Fue extraído en una mina de África central y es propiedad de Fawaz Gruosi, el creador de la firma de alta joyería Grisogono.
Otro diamante extraordinario por su rareza es el Blue Hope, de un intenso color azul ultramar, que además lleva a sus espaldas una maldición desde hace varios siglos. Se el atribuye origen indio y se supone que fue robado de un templo por un sacerdote. Reaparece en Europa hacia 1660, su dueño es un contrabandista francés llamado Jean-Baptiste Tavernier, quien se lo vendió (como Tavernier Blue) al rey de Francia Luis XIV que lo incluye en el tesoro de la corona y lo llama Royal French Blue. El diamante es robado con otros tesoros reales durante la Revolución Francesa a finales del XVIII y vuelve a ver la luz a principios del XIX al ser adquirido por el banquero Henry Hope, que le cambia el nombre al actual. La próspera familia Hope se arruina y el diamante es vendido a un joyero inglés que se lo vende a un coleccionista norteamericano. Ya en Estados Unidos, la joya no permanece nunca mucho tiempo con el mismo dueño, hasta fue propiedad de Pierre Cartier que también lo vendió. Con los cambios de siglos y de dueños, la joya fue menguando en tamaño y creciendo en leyenda, definitivamente alimentada por el hecho de que su último poseedor lo enviara en un simple sobre de papel manila al Instituto Smithsonian de Wahington, donde permanece y puede ser vista por el público.
Marga G.-Chas Ocaña
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