Breve Historia Felipista de España
Con motivo de la próxima coronación del Príncipe de Asturias para convertirse en Felipe VI, reúno aquí una breve Historia felipista de España, con la curiosa circunstancia de que representa perfectamente los periodos claves que han ido configurando una nación moderna y emprendedora, también llena de episodios oscuros y tristes, pero ese ha sido el factor común de todas las grandes naciones de la Tierra: una continuada espiral de momentos gloriosos y de terribles crisis sin orden ni concierto. De momento, a día de publicar este post, todavía no se conoce la fecha exacta del evento, aunque se asegura que ocurrirá entre los días 18 a 21 de junio del 2014 (yo apostaría por el día 19 o 20).
El primer Rey Felipe de la Historia de España fue llamado “El Hermoso” ya por sus contemporáneos, en una costumbre muy española de poner mote a todo ser que se movía con dos piernas o cuatro patas. Resulta evidente que no tenía ningún doble sentido el apelativo y se puede comprobar por las reproducciones que nos han llegado, que este Rey enamoraba con su belleza y presencia cautivadora a miembros de ambos sexos. Curiosamente sería otro rey, Luis XII de Francia, quien le impondría el apelativo de forma “oficial”. Felipe de Habsburgo nació en Brujas en 1478 y falleció en Burgos en 1506 súbitamente y a la temprana edad de 28 años, tras un apasionado juego de pelota y la ingesta de mucha agua fría estando aún sudando. Además de titular de la Casa Real de los Austrias, era duque de Borgoña por parte de madre.
Se considera a este rey como el primero de la Edad Moderna. Tras muchos roces con su suegro Fernando el Católico y desavenencias conyugales con su esposa Juana de Castilla (llamada “la loca”), sería proclamado Rey Felipe I de Castilla en el mismo año de su muerte. Con él, la rama familiar de los Austria se “imponía” a los Trastámara, pues no tenían descendencia masculina. Así que nos quedamos con las ganas de conocer los resultados de su personalidad en la gobernación de tan poderosa nación, un hombre nacido para ser Rey y muerto como tal, capaz de relegar, nada menos que al Rey Fernando II de Aragón e imponerse a la primera Dama de Castilla. La posteridad ha dejado de esta relación tortuosa entre “El Hermoso y La Loca” centenares de novelas, obras de teatro, canciones, ensayos y estudios como para llenar varias bibliotecas.
Felipe II es quizás el Rey más estudiado de la Historia de la humanidad. Ha pasado a los anales como un gran católico, emperador meticuloso e incansable trabajador, cuyas virtudes y defectos abarcaban todos los campos del saber de su tiempo, pues su mayor pasión era “el cognocimiento”. Nació en Valladolid, en el año 1527 y falleció en El Escorial en 1598. Se casó cuatro veces, en orden cronológico con María Manuela de Portugal, María I de Inglaterra, Isabel de Valois y Ana de Austria. Ninguna de ellas le duraría más de 10 años, como si su destino fuera la de ser viudo a perpetuidad. De hecho, tras la muerte de su última esposa, en 1580, ya no volvería a casarse.
Por matrimonios, conquistas y tratados, fue Rey de España, Inglaterra, Portugal, Nápoles, Duque de Milán y de Borgoña, Rey de los Países Bajos, Sicilia y de las Indias, siendo el primer Emperador en la Historia que integraba territorios de todos los continentes del Planeta, en cuyo Imperio, decían, “no se ponía el Sol”. Regir y administrar los reinos heredados por su antecesor, Carlos I, no era tarea fácil, pero aumentar y conducir el destino de millones de personas, convirtiendo a España en la primera potencia económica y militar del mundo, nos tiene que resultar incuestionable que su saber hacer en las tareas de Gobierno fueron acertadas en su mayor parte. Su voluntad era tan grande y su dedicación tan completa, que sintiéndose morir en Madrid, quiso que se le trasportase en una silla-tumbona elaborada expresamente para la ocasión, hasta el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, la construcción más espectacular de la época, una obra que hasta hoy en día despierta la admiración de expertos y neófitos. Para muchos, la “octava maravilla del mundo”.
Su figura encarna al fanatismo, imperialismo, despotismo, como al criminal y genocida que vio nunca la humanidad, pero claro, esa era la versión y “leyenda negra” que los protestantes y anglosajones, sobre todo, ayudados por los contrarios políticos a la Corona, difundieron incansablemente. Para la otra gran parte, sobre todo para la inmensa mayoría de católicos, sería el pilar fundamental donde descansaba el orden y los mandamientos de la Ley de Dios. Su austeridad y comportamiento siempre medido, además de su incansable sed de estudio y trabajo, le valió el mote de “El Prudente”, tanto para los que le rodeaban como para sus enemigos, señal de que la “leyenda negra”, no fue más que eso, una leyenda. De otra forma, su mote hubiese sido similar al de algunos zares rusos: cruel o sanguinario.
Entre las mayores gestas militares del reinado de Felipe II consta la Batalla de Lepanto, ocurrida en 1571, donde la victoria relegaba al Imperio Otomano a no distanciarse de sus posesiones orientales del Mediterráneo. Mantuvo a Europa a salvo de las sucesivas incursiones y piratería, y lo que es mejor, a no intentar una invasión inesperada. Esta gran batalla naval, sería la última donde las tropas lucharían cuerpo a cuerpo sobre las cubiertas. Dos años después reconstruyeron la flota y las tropas de Selim II reconquistarían dos plazas: Túnez y La Goleta, con un ejército de 100.000 soldados. Pero Felipe II pactó con su homólogo una tregua indefinida, ya que ambos estaban inmersos en otras guerras.
El episodio sobre el fracaso de la “Armada Invencible” sigue hoy en día en los debates de historiadores y aficionados. Para la época, Felipe II sólo intentaba recuperar lo que le correspondía por Derecho, como Rey de Inglaterra (había renunciado al trono, no le gustaron sus costumbres “bárbaras”, curiosamente se escandalizó de que se besasen a los labios al saludarse entre ellos), así que políticamente era correcto. En el plano de lo militar, la desgraciada muerte del Almirante Álvaro de Bazán justo antes de la partida y las condiciones meteorológicas, impidieron la expulsión de Isabel I del trono inglés en respuesta de la ejecución de María Estuardo. Pero pocos saben y muchos callan que Inglaterra también armó su “contrarmada” propia e intentó una invasión peninsular, todavía más desastrosa si cabe que la de Felipe II. En el cómputo general de esa guerra que duraría 16 años, España e Inglaterra se enfrentarían 4 veces, dos por mar y dos por tierra, quedando en un empate técnico a victorias. Lo positivo para Inglaterra fue la de posibilitar la conquista de América del Norte, pues era prácticamente imposible “vigilar” los continuos movimientos por mar y tierra de ingleses y holandeses.
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Toni Ferrando.