La filatelia como inversión y coleccionismo
Desde que en 1840 se establece el franqueo del correo en las Islas Británicas, estampando lo que pasará a llamarse sello de correos, sobre el objeto o carta para enviar, surgió inmediatamente la filatelia como inversión y coleccionismo. De hecho, el simple guardado de una carta con su sobre originó inconscientemente esta actividad. Aunque bien es cierto que el sello artístico aparecería más tarde y no en todos los países.
España adopta este sistema de correos, que pronto sería internacional, en 1850, con una gran emisión de la efigie de Isabel II, al estilo de su antecesora británica con la efigie de una joven Reina Victoria. Durante la segunda mitad del siglo XIX y mediados del XX el coleccionismo de sellos estaba fundamentado por la historia que encerraba cada sello, siendo muy importante conocer los detalles del matasellos y los filatélicos valoraban más un sello que procediera o viajara a Australia, por ejemplo, que uno a Grecia, sin tener en cuenta su valor monetario, sino la distancia recorrida. Es a partir de los años 60 del siglo XX cuando decae este romanticismo en la filatelia para convertirse en verdaderas colecciones que alcanzan precios desorbitados, donde se crean los primeros catálogos para orientarse en las tasaciones y establecer su grado de conservación, A finales del siglo XX sólo se admiten los sellos matasellados que revisten un grandísimo valor histórico, por escasez o por su rareza. Pasa a considerarse una inversión similar a la del arte, pero con sus propios matices fiscales, ya que su emisión depende de la Casa de la Moneda y Timbre.
Todos los países tienen alguna pieza de valor, pero hay algunas que son buscadas por los coleccionistas de todo el mundo y algunos de estos sellos, como el treskilling amarillo sueco, han alcanzado en subasta los 2,27 millones de dólares. En estos momentos los que adquieren las mejores piezas ni siquiera son coleccionistas, simplemente invierten en un objeto que gana valor con el tiempo.
Otro sello mítico es el Jenny invertido, una serie de 100 estampillas que se emitieron con la imagen de un aeroplano invertido, en 1922, que causó en EE.UU. una curioso fenómeno de “coleccionismo” masivo y de una búsqueda casi obsesiva por todo lo fabricado “erróneo” y que tuviese responsabilidad “oficial”. Uno sólo de estos sellos está tasado en 525.000 dólares. 81 de ellos están localizados.
Por hacer referencia al valor y como toque de homenaje, añadiré que no por ser el más antiguo, el primer sello que se emitió en el mundo, el Penique Negro de 1840, es el más caro y se puede conseguir por menos de 3.000 dólares en estado perfecto de conservación. Lo mismo ocurre con nuestra primera emisión española de 1850 (hasta yo mismo poseo varios), que se emitieron tantos que su valor es bajo. En cambio, la emisión de 1851 de 2 reales son piezas muy consideradas y teniendo uno en perfecto estado, le puede suponer una inversión de 23.000 €.
Toni Ferrando.